Hoy me siento a recordar años vividos, vivencias de mi familia, historias llenas de alegría, amor y proyección de ánimos sentidos.
Me llamo Teorina, linda cotorra de plumaje color esperanza y arreboles, regados por mi pequeño cuerpo: el verde que me llena de vida, y el rojo arrebol, que me induce a la lucha y la sobrevivencia.
Quiero narrarles esta historia, vivida con mi familia adoptiva, pues preferí quedarme en la comodidad de la civilización, y rechacé la cotidianidad de la selva y el peligro de ser exterminado por las leyes de la supervivencia y depredación.
Vivía muy feliz con mi gente, porque ademas de amor y buena comida, pude entenderme con todos, conversaba con ellos, discutíamos muchos temas relevantes, que competían con nuestro modo de vida.
Quiero narrarles esta historia que yo misma viví: conocí a un joven, llamado Enrique, medía casi un metro noventa centímetros, rubio, de ojos azules, de mirada vivaz y fuego en sus ojos, que expresaban el recorrer de la vida; le gustaba mucho levantar pesas y hacer mucho ejercicio físico, desarrolló una fuerza descomunal, pues partía con el puño dos panelas y con el codo, cinco, muchas veces gané apuestas con los niños y jóvenes de la época, pues era muy difícil creerlo. Me di cuenta que no pronunciaba ninguna palabra, nos entendíamos por señas, y como buenos observadores, parecíamos caricaturistas, a cada uno le sacábamos los rasgos predominantes y así los llamábamos, mediante una seña, por ejemplo a Ignacio, su hermano, que era muy cabezón, indicabamos con las manos en la cabeza, que era cabezòn, a Alberto, que pestañeaba muy seguidos, lo llamábamos, abriendo y cerrando los ojos rápidamente, y así a todos los determinábamos por sus cualidades físicas.
Enrique no estudió nada, en ese entonces no existían las escuelas para ciegos y sordomudos, además era una familia de escasos recursos económicos, por lo tanto a nadie se le dio educación, fueron 21 hijos, todos levantados en el campo, a la sombra de dios.
Cuando Enrique tenia casi ochenta años, el seis de Agosto de 1994, se murió Ignacio su hermano, de un infarto fulminante, no le quisimos contar a Enrique para no molestarlo, despues del entierro, nos fuimos para la casa de la tía Evita, donde vivíamos , como también Enrique, y nos preparó, la tía, un arroz con pollo, y nos sentamos a la mesa, incluyendo a Enrique, de repente, Enrique se ahoga, se le dificulta respirar, se desmaya y cae al piso, William, su sobrino, médico, le hace ejercicios de reactivación cardiaca y de respiración, y pide ayuda para llevarlo a su cama, entre cinco personas lo cargaron, pues pesaba mas de 110 kilos, y lo acostaron en su cama. De pronto, Guillermo, su cuñado, el padre de William, le mete el dedo a la boca y le extrae un hueso de pollo, de la garganta, Enrique empieza a toser, y toma mucha bocanadas de aire, ya habían transcurrido un poco mas de cinco minutos desde que se desmadejó, se sienta en la cama , y mire lo que nos contó, por señas, lógicamente:
Que estaba en un túnel, que al otro lado estaban sus hermanos ya fallecidos, y señaló a Ignacio, quien había muerto el día anterior, y él no tenia conocimiento de eso, todos sus hermanos lo llamaban para que se fuera para donde ellos, pero el les dijo que no, que el se quedaba ahí, y no quería reunirse con ellos.
Yo me cuestiono:
Cómo podía saber Enrique lo del Túnel, si no sabia leer ni escribir?
No oía, ni hablaba?
Como pudo enterarse de ese suceso, que no es real o al menos muy cuestionado?
Siempre la vida nos da mas luz de la que necesitamos, la que no usemos es la reserva para nuestras futuras generaciones.
Aunque seamos ciegos, podemos ver con la historia y los ojos del futuro.
Aunque seamos sordos, podemos oir con lo auditivo de la naturaleza.
Aunque seamos mudos, podemos hablar con los trinos y armoniosas melodías de la madre tierra.
Podemos sacar nuestro amor propio y rodear nuestras vidas de convivencia sanas con nuestra sana naturaleza.